Hace exactamente veinte años, en febrero de 1997, la noticia de un increíble avance científico se convirtió en asunto de debate obligatorio en comidas familiares y reuniones de amigos: el primer intento exitoso de clonación de un mamífero. Una oveja llamada Dolly se hizo famosa, y la palabra clon entró dentro de nuestro vocabulario habitual. El logro científico, sin embargo, hizo que se generase un enorme debate sobre los límites éticos de la ciencia y la tecnología.
Mientras todos imaginaban las posibilidades del nuevo descubrimiento (clonaciones de genios y familiares muertos a edades tempranas, por ejemplo), se amontonaban las preguntas acerca de hasta qué punto el ser humano podía interferir en algo así. Pero eran otros tiempos, en ese momento un móvil era simplemente un aparato para hablar por teléfono (y que no todo el mundo poseía) y el acceso a Internet era una novedad a la que se accedía a través de una línea telefónica.
Desde entonces, una avalancha de desarrollos tecnológicos cambió radicalmente la vida diaria de la gente, sin embargo, esto no paró de generar discusiones éticas sobre los límites éticos de la tecnología. La tarea no es fácil y requiere de una reflexión constante. Esto es, al menos, la opinión del estadounidense Vivek Wadhwa, empresario de tecnología y director de un centro de investigación en la Universidad de Duke. Según Wadhwa, es muy difícil tanto para la ley como para la ética mantener el mismo ritmo de evolución que el del desarrollo tecnológico.
«En el pasado, los cambios a gran escala tardaron siglos en suceder. Sin embargo, ahora se producen en décadas e incluso, a veces, en años», dice Wadhwa. «No hace mucho tiempo, Facebook era una plataforma para comunicarse entre compañeros de clase gestada en una habitación de universidad; los teléfonos móviles eran para los millonarios y los ordenadores solo eran utilizados para investigaciones ultrasecretas del gobierno», añade. «Hoy en día, los pueblos de la India rural acceden a Facebook a través de unos teléfonos inteligentes con más potencia de procesamiento que el Cray 2, un superordenador que costó 17,5 millones de dólares en 1985». El grado de avance es tal, que la sociedad necesita tiempo para intentar entender este proceso. «Ahora, la tecnología permite, por ejemplo, hacer un mapeo de ADN en menos de un día, sin embargo, aún no se ha llegado a un consenso social sobre la recogida de material genético y su uso», explica el empresario.
En lo que sí están de acuerdo muchos investigadores es que la tecnología no es ética o no ética en sí misma, sino que todo depende del uso que el ser humano haga de ella.