Todo empieza en un atasco. Ni siquiera estás conduciendo. Está todo parado. ¿Qué problema hay? Después el tráfico es lento, va tan despacio que hasta podrías pelar una naranja y conducir solo con los pies. ¿Por qué no mandar unos mensajes? Pasa un rato, y recibes un mensaje que parece urgente y decides que necesita una respuesta inmediata, aunque vayas a mayor velocidad. Pero eres cuidadoso y buen conductor, no hay peligro, ¿no? Con el tiempo, usar el smartphone deja de ser algo ocasional y ya coges el coche planeando usar el tiempo al volante para llamar a Fulano, escribir a Mengano y mandarle una nota de voz a Zutano.
Usar el móvil con el coche en marcha se ha vuelto algo tan común –a pesar de la prohibición, de las multas y del riesgo– que ya nos resulta, al parecer, tan natural como escuchar música. El problema es que el mal uso de estos dispositivos está provocando cada vez más accidentes, incluso con peatones de por medio que se cruzan en el camino de alguien que ha apartado la mirada solo para saber quién ha mandado ese mensaje que acaba de hacer sonar el teléfono. Todo se resolvería con el uso responsable de ese aparato que nadie puede negar que hace que el tiempo se nos pase volando. Conducir requiere una atención permanente y una dedicación exclusiva. Sin excepciones.
Pero, aunque haya muchos que crean que la tecnología favorece algunos de los problemas de seguridad al volante, no es arriesgado decir que en la tecnología también está su solución. El Gobierno del ahora ex-presidente estadounidense Barack Obama inició un proyecto extremadamente ambicioso que tenía por objetivo reducir a cero las muertes de tráfico en 30 años.
Llamado «Road to Zero» (camino del cero, en una traducción libre), el proyecto parte de la presuposición de que es casi imposible concienciar al conductor, siempre autosuficiente dentro de su coche. Todavía no se sabe cómo se tratará esta idea en el Gobierno de Trump, pero la primera parte del proyecto, a corto plazo, pasa por endurecer las leyes de seguridad.
La segunda, a largo plazo y más importante, es aumentar y fomentar las inversiones para el despliegue de los coches autónomos, sin conductor, donde el ser humano no conduzca… ni pueda equivocarse.
La tercera, a medio plazo, ya existe y puede promoverse: incrementar los softwares de reconocimiento de voz para que ya no sea necesario teclear ni tener que manipular el móvil. Los principales fabricantes de coches ya han sacado al mercado recursos que permiten al conductor no tener que apartar las manos del volante ni los ojos de la carretera y seguirse comunicando –todo ello por voz– por el móvil.
Pero todo eso lleva tiempo y cuesta dinero. Estados Unidos tiene una flota de 260 millones de coches en sus calles. Pasará tiempo hasta que todos se sustituyan por los nuevos prototipos, pero en algún momento habrá que empezar.