¿Hasta qué punto las nuevas tecnologías nos alejan o nos acercan? ¿Cuánta privacidad perdemos al exponer nuestra vida en las redes sociales? ¿Cómo se adaptarán las relaciones amorosas a una realidad en la que pocas cosas se pueden ocultar? ¿Qué poder tienen los medios de crear dioses o demonios y quién controla esas narrativas? Estas preguntas, más actuales que nunca, son algunas de las planteadas en la excelente serie televisiva Black Mirror, que propone analizar diferentes futuros para nuestra sociedad.
Estimaciones recientes revelan que la ciencia ha evolucionado más en los últimos siglos que en toda la historia anterior. La enorme difusión de conocimiento, tecnologías, comunicación y redes de investigación a nivel mundial posibilitan un intercambio de conocimientos sin precedentes en la historia, lo que potencia mucho las investigaciones que se están desarrollando. Se puede ver en los móviles, por ejemplo. Hace 10 años, el smartphone era algo aún lejano y el iPhone, icono de la tecnología actual, todavía no se había introducido en el mercado. Con esas nuevas tecnologías, surgió también una serie de paradigmas que solo podrían pertenecer a la sociedad contemporánea, justamente los puntos focales de Black Mirror.
Un ejemplo es el primer episodio de la serie, que enfoca precisamente uno de los aspectos más incontrolables de nuestra vida: nuestra reputación. Si antiguamente nuestra imagen pública era creada por medio de nuestras apariciones públicas y relaciones interpersonales, hoy básicamente es definida por nuestros perfiles en las redes sociales. Es más, la imagen de las personas públicas es construida por terceros, los medios de comunicación, que al intentar llevar una imagen más (o menos) realista al público solo presentan su propia interpretación de la persona. Además, es cierto que, más que nunca, si pasa algo que afecte su reputación nadie lo olvidará, por lo menos durante un largo período de tiempo.
Otro ejemplo tratado con mucha delicadeza en la serie es la manera en la que la generalización de las tecnologías nos ayuda a tener cada vez más presentes nuestros recuerdos. En un episodio, por ejemplo, todos tienen instalado en sus nervios ópticos un dispositivo que graba lo que las personas ven y con el que, después, pueden volver a ver las imágenes en cualquier momento. Antes, los recuerdos estaban en nuestra mente y en aquella información que teníamos a nuestra disposición ―e incluso por eso era común pintar retratos de nobles―. Para algunos es difícil aceptar el inevitable olvido. Hoy se puede acceder a los recuerdos por medio de vídeos de realidad virtual e, incluso, hay registros completos de conversaciones, aunque esos registros crean solo otra interpretación sobre la persona.
Si el avance de la tecnología ha sido algo tan abrumador para los estudiosos de la Escuela de Fráncfort, como Benjamín o Marcuse, al privilegiar la técnica sobre la razón, Black Mirror plantea esa idea desde diferentes puntos de vista: tanto desde el de aquellas personas que utilizan tecnologías para mirarse solo a sí mismas, como el de las personas que ven allí una posibilidad de cambiar el status quo. Las posibilidades están planteadas y el futuro lo construimos nosotros. ¿De qué lado estás?