Con frecuencia, la población infanto-juvenil aprende a adaptarse a las nuevas tecnologías a mayor velocidad que las personas adultas. Por consiguiente, no resulta extraño que para madres, padres y profesionales educar a menores en el uso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación pueda resultar una ardua tarea. El uso irresponsable de la tecnología puede tener consecuencias tan adversas y dispares como la pérdida de información, la filtración de datos a terceras personas o, en el peor de los casos, el ciberbullying y el grooming.
Cuando, desde el contexto educativo, el alumnado hace uso de valores asociados a la heteronormatividad, el sexismo y la LGTBfobia para agredir repetidamente a otras personas de su grupo de iguales, con las que mantiene una relación desigual de poder, hablamos de acoso escolar LGTBfóbico (Platero, 2008). La discriminación hacia el alumnado por la percepción de que puedan ser lesbianas, gais, bisexuales o trans es habitual debido a la LGTBfobia existente en la sociedad. Por ello, se define el acoso escolar LGTBfóbico como un fenómeno social de violencia y no como un conflicto interpersonal (Ojeda, 2015). Este acoso pueden darse tanto presencial como de forma telemática.
De acuerdo con COGAM Educación (2016), el medio más utilizado para ejercer ciberbullying LGTBfóbico son las redes sociales. Aunque en la mayoría de los casos se origina en el centro educativo, el ciberbullying LGTBfóbico da lugar a situaciones en las que se combinan agresiones perpetradas por personas del entorno de la víctima y por desconocidos, cuya duración puede extenderse años. Las prácticas vejatorias más comunes son, por este orden, el envío de mensajes con contenido ofensivo, la difusión de imágenes denigrantes y la suplantación de identidad con el fin de humillar a la víctima. En una elevada proporción de los casos, concurren varias de estas prácticas simultáneamente agravando la deshumanización de la víctima que no podrá salir sola de esta situación.
Dado que son el medio más utilizado en el ciberacoso, está en manos de familias y profesionales educar en el uso responsable de las redes sociales como acción preventiva. De este modo, es necesario:
- Mantener un nivel adecuado de comunicación intrafamiliar. Constituye un aspecto clave para que menores y jóvenes cuenten con su familia ante cualquier problema que se les presente, ya sea relacionado con aspectos intrínsecos, como su orientación sexual o su identidad de género, o extrínsecos, en relación con su entorno. En este sentido, resulta de gran relevancia que la familia adopte abiertamente un posicionamiento de aceptación ante la diversidad sexual y de identidad de género. Así pues, ha de abordarse este tema en casa en un clima positivo de confianza y desprovisto de actitudes hostiles. Si en eventos familiares o a través de sus redes sociales, las personas adultas comparten y difunden contenidos homófobos o tránsfobos, sus descendientes asimilarán la diversidad sexogenérica de forma negativa. Por lo tanto, habrá mayores posibilidades de que ejerzan ciberbullying LGTBfóbico o experimenten dificultades para su autoaceptación en caso de ser lesbianas, gais, bisexuales o trans.
- Promover la adquisición de habilidades sociales. La empatía, la escucha activa o la asertividad son habilidades sociales que nos permiten, respectivamente, ponernos en el lugar de la otra persona desde su propia perspectiva, escuchar y comprender la problemática que presenta y ser capaces de defender nuestras propias ideas sin causar perjuicio a terceras personas. Entrenar estas habilidades, fundamentales para mantener relaciones sociales satisfactorias y fomentar una convivencia escolar positiva, evita que menores y jóvenes puedan causar daño a otras personas en cualquier contexto. Si en el domicilio los conflictos no se hablan o se resuelven a través de la violencia verbal o física, el menor aprende estas conductas como únicas estrategias de afrontamiento posibles, lo cual le incita a utilizar la violencia como recurso de expresión en el ámbito educativo y en el digital.
- Entender las redes sociales como un espacio lleno de oportunidades pero también de riesgos. Las redes sociales permiten a jóvenes y adolescentes encontrar a otras personas con sus mismos intereses o mantener contacto con amistades lejanas. Sin embargo, también han de ser conscientes de que entrañan distintos peligros como la suplantación de identidad, la invasión de la privacidad, el acoso sexual o la extorsión por parte de personas adultas.
- Ejercer la mediación parental activa. Acompañar y orientar al menor cuando empieza a usar las redes sociales. Fomentar el diálogo y generar un clima de confianza es clave para que consulte sus dudas con normalidad y solicite ayuda ante cualquier problema en el futuro. Puedes consultar la guía de INCIBE para mayor información.
- Consensuar límites y reglas en relación a la cantidad de tiempo de uso de las redes sociales, la información que no es apropiado compartir –como contraseñas, direcciones, números de teléfono y demás datos personales– y las personas a las que el menor acepta en su red de amistades o seguidores (McAfee, 2009).
En vista de que el ciberbullying excede los tiempos y los espacios en los que se establece la jornada escolar, las familias y el sistema educativo han de articular una estrategia coordinada para educar a menores y jóvenes tanto en la aceptación de la diversidad sexogenérica, étnica y/o funcional, como en el uso responsable de las redes sociales. De lo contrario, la intolerancia y el ciberacoso continuarán ganando la partida.
Autor: Javier Ojeda Melián, Trabajador Social especializado en atención a la diversidad y salud mental. Coordinador de COGAM Educación, formador en FELGTB y colaborador de Dialogando.