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    Comportamiento - 17/05/2018

    El ciberacoso, una lacra insostenible que hemos de atajar y controlar cuanto antes

    5 min Tiempo de lectura

    La investigación sobre el fenómeno del ciberbullying no se detiene. La alerta permanente tiene que ver con el incremento y diversificación de las acciones que, bajo la denominación de ciberbullying, definen comportamientos agresivos practicados a través de muy diferentes dispositivos tecnológicos. El escenario del insulto, la vejación o las amenazas, por citar algunas de las manifestaciones más señaladas y frecuentes, ha traspasado hace ya unos años la línea del espacio físico, del contacto directo, de los espacios analógicos, tangibles, verificables con la mirada y el tacto (Luengo, 2014, p. 31).

    Llevamos cerca de diez años en nuestro país ahondando en el complejo fenómeno conocido como ciberacoso o ciberbullying. Hablamos de un fenómeno intrínsecamente ligado a la irrupción y extensión sin medida de toda suerte de dispositivos digitales y aplicaciones de mensajería instantánea, entre otros escenarios, que operan en y gracias a la red de redes. Son muchas las definiciones que pueden acotar el concepto, pero, en general, puede definirse como una conducta de acoso entre iguales en el entorno de las tecnologías de la información y de la comunicación e incluye comportamientos de maltrato emocional en forma de degradación moral, vejaciones, insultos, chantaje, extorsión…

    Estamos haciendo referencia, por tanto, a conductas que atentan de manera flagrante contra la dignidad de las personas mediante el uso de entornos de relación interpersonal como el correo electrónico, la mensajería instantánea, las redes sociales, la mensajería de texto a través de dispositivos móviles o la publicación de vídeos o fotografías en plataformas electrónicas de difusión de contenidos.

    El paso del tiempo, la investigación y la intervención han servido para conceptualizar y analizar en la práctica muchas de estas conductas, definirlas, reconocer su discurso y recorrido. Y, por supuesto, su impacto. Pero no han conseguido, al menos por el momento, detener su proceso de desarrollo y diversificación. Cuando parece que hemos llegado a comprender los resortes y mecanismos que encubren y vehiculan algunos de los comportamientos más conocidos y tradicionales, la experiencia nos muestra nuevas y más ominosas conductas. Ligadas en no pocos casos a la aparición y acceso cada vez a más corta edad de nuevos dispositivos, cada vez más autónomos e inteligentes, de nuevas costumbres y usos (relacionados, por ejemplo, con los videojuegos en red, con la imparable tendencia narcisista -modelada en formato selfie, o la posibilidad de capturar y grabar cualquier imagen o situación) y, especialmente, a la utilización de aplicaciones que favorecen de modo profundo la exposición de la imagen y también de la intimidad, o las nuevas aplicaciones, como Musical.ly.

    El conocido como oversharing o sobreexposición en redes sociales se ha convertido en un caldo de cultivo para el desarrollo y crecimiento del ciberbullying. Sus daños colaterales, en forma de ridiculización, escarnio, humillación, burla, desprecio y maltrato, en definitiva, son evidentes en el día a día.

    Los comportamientos más habituales, a saber: capturar y difundir datos privados y/o imágenes comprometidas de otras personas, ya sean reales o realizadas por fotomontaje, insultar y hacer comentarios ofensivos en foros, redes sociales y grupos de mensajería instantánea, usurpar claves y suplantar la identidad, lanzar rumores en las redes (cibergossip o cibercotilleo), crear perfiles falsos, amenazar, injuriar y calumniar,  Excluir intencionalmente a alguien de un grupo online, como una lista de amigos, enviar programas basura: virus, suscripción a listas de pornografía, colapsar el buzón del acosado, etc., grabar y colgar en Internet vídeos de peleas y asaltos a personas a quienes se agrede y que después quedan expuestas públicamente…

    Comportamiento todos que atentan contra el respeto y la dignidad de las personas, que afectan de manera sustantiva al honor, a la intimidad y a la propia imagen de las víctimas. Comportamientos lacerantes que invaden lo básico y esencial en la configuración y desarrollo de la personalidad. Muy especialmente en las edades en las que ésta se forja y edifica. Con daños inquietantes. Comportamientos que afectan a las víctimas de manera intensa (la exposición en las redes) y extensa (la difusión inmediata y multiplicación del daño causado).Todo en un formato de siete días a la semana y 24 horas al día. Sin descanso para las víctimas, sin posibilidad de salida. Lo trágico de la expansividad del fenómeno y de sus devastadores impactos.

    El reto, sin duda, profundizar en las claves que nos acerquen a experiencias de éxito para informar, formar y sensibilizar a nuestros niños y adolescentes. Empezando por los primeros, niños y niñas. Ya en educación primaria. Es alarmante cómo han cambiado –para mal- los usos tecnológicos del alumnado de esta franja de edad (hacemos referencia especialmente al tramo entre 8 y 11 años) en estos últimos años. Y acometer acciones que lleguen con eficacia también a padres y madres, porque hemos de entender que gran parte de la responsabilidad de esta situación obedece a la facilidad con la que se accede hoy en día a dispositivos de última generación y contenidos absolutamente inadecuados para niños de las edades citadas. Con escasísima supervisión y seguimiento por parte de los adultos.

    Para saber más:

    Autor: José Antonio Luengo Latorre, psicólogo, Equipo para la prevención del Acoso Escolar en la Comunidad de Madrid y colaborador de Dialogando.

     

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