Uno de los grandes avances como sociedad en los últimos años fue la visibilización sobre la violencia y la desigualdad de género. Esta visibilización trajo -con el paso del tiempo y gracias al trabajo incansable del colectivo de mujeres comprometidas– empoderamiento y cambios contundentes en los pensamientos y actitudes de muchos y muchas. En pocos años se logró cambiar grandes estructuras de pensamiento gracias a la conceptualización y al llamar por su nombre muchas situaciones violentas e injustas: no eran casualidad sino una cuestión de género.
En lo que podríamos llamar “el plano presencial“ la violencia de género sigue debatiéndose y librando batallas pero es un tema instalado y reconocido. Sin embargo vemos con preocupación cómo la mayoría de los prejuicios sobre cuestiones de género, la invisibilización sobre las violencias machistas y el menosprecio a la denuncia sobre situaciones misóginas se reproducen en entornos digitales. Pareciera que los debates deben empezar desde cero allí.
Una de las bases para comenzar a trabajar la violencia de género en plataformas digitales es conceptual. Debemos empezar a llamar por su nombre al tipo de hostigamiento, acoso, abuso y exclusión que sufren diariamente las mujeres en Internet básicamente por su condición de mujeres. Es violencia de género. Hablamos de violencia de género digital cuando en estos entornos se reproducen las condiciones de lo que ya definimos como violencia de género: condición y sensación de poder machista, manipulación, extorsión, amenazas, cosificación, daño a la reputación, hostigamiento, entre otras. No es necesario que se den todas juntas pero sí observamos que aparecen en mayor o menor medida en diversas plataformas.
La violencia de género en entornos digitales tiene como base el machismo de nuestra sociedad, donde el hombre se siente poderoso frente a la mujer y con posibilidad de control y daño. Algunos ejemplos pueden servir para comprender estas situaciones:
El control o vigilancia digital es un tipo de violencia de género muy común en Internet. Se da cuando el varón le exige a la mujer que le muestre su ubicación exacta, sus contactos, su última hora de conexión, que le comparta sus contraseñas o que directamente no hable con tal contacto. Lo propio de estas prácticas violentas en la Web es que se suelen menospreciar. Se reproducen aquellas justificaciones que años atrás escuchamos para la violencia de género presencial: “te amo y por eso te celo” , “si no tienes nada que ocultar, no tendrás problema en mostrarme”, etc. Lo preocupante es que ante la falta de debate y conceptualización, estas prácticas son naturalizadas por los hombres violentos y por las mujeres, quienes no se identifican como víctimas y por ende no denuncian ni buscan ayuda.
La difusión de imágenes sin consentimiento es otra forma de violencia de género digital donde se reproduce algo muy clásico de los prejuicios históricos: colocar la carga de la responsabilidad sobre la víctima, es decir, la mujer. Cuando en una pareja ocasional o estable se practica sexting, lo que se hace es enviar y recibir fotos o vídeos de índole sexual a partir de plataformas digitales privadas (chats, mails, etc.). El problema surge cuando alguno de los dos difunde públicamente dichas imágenes sin el consentimiento de él o la protagonista. Lo cierto es que se observa con gran preocupación que en la inmensa mayoría de los casos, las víctimas de la difusión sin consentimiento son las mujeres. No porque sean las que envían más imágenes sino porque son las más propensas a sufrir las consecuencias de dicha difusión. Observamos cómo la reputación de una mujer se ve dañada hasta límites intolerables cuando una foto sexual se viraliza mientras que las consecuencias para los hombres son casi anecdóticas. Esta mirada sobre la sexualidad de las mujeres pesa y por ende los hombres suelen sentirse poderosos ante la obtención de material sexual privado de su pareja. Esta sensación de poder es la que hace que ante una pelea o posibilidad de separación los hombres amenacen o directamente difundan estas imágenes con el objetivo de generar un daño hacia la mujer. Durante muchos años se puso en el centro de la escena a nivel preventivo al sexting como el mayor problema, culpabilizando a la mujer por el envío de esas imágenes. Es clave comprender que siempre que parta de un deseo y con el debido consentimiento, el problema no es el sexting sino la difusión de imágenes íntimas sin consentimiento realizada por los hombres, en un clásico hecho de violencia de género digital.
La violencia de género digital cobra diversas formas más: acoso, sextorsión, hackeo, daño a la reputación a partir de información falsa o discurso de odio machista. Lamentablemente las formas se multiplican y la única herramienta efectiva a nivel preventivo es la educación. Debemos generar instancias de capacitación y debate para hombres y mujeres que permitan visibilizar la problemática, incorporar herramientas de cuidado y estrategias de denuncia para que las víctimas de violencia de género digital puedan cuidarse y se sientan contenidas, para que las y los testigos corten el apoyo y para que los responsables tomen conciencia del daño que causan y sean debidamente denunciados.
Autor: Lucía Fainboim, Directora de Educación en Faro Digital.